Ésta es una de las muchas celebraciones litúrgicas que los monjes del Císter celebraron en la monumental iglesia de Meira, y que aún hoy se conserva.

Por la mañana se juntaban los sacerdotes de la comarca y tenían, y aún hoy tienen, Misa Solemne.

La imagen de la Virgen María de Meira viste ese día de "pobre", con un sencillo manto azul y una pequeña corona. En una mano lleva el Niño Jesús y en la otra una vela.

Después de la proclamación del Evangelio se organiza una procesión con la cruz parroquial, una rosca dulce, que después se rifa al final de misa, dos palomas y la imagen de Nuestra Señora.

La procesión parte de la capilla de la Virgen y baja por la nave del Cristo hasta el fondo de la iglesia. Vuelve por la nave central hasta el altar, donde la esperan los sacerdotes. En este momento, una viuda recoge el Niño Jesús y se lo entrega al cura que preside la eucaristía.

Continúa la procesión de vuelta por la nave central, pero esta vez caminando hacia atrás para no darle la espalda al Niño Jesús que sostiene el sacerdote.

Durante este recorrido por la nave central todos los que van en la procesión hacen tres genuflexiones: al principio del recorrido, en medio y en el final.

Al llegar al fondo vuelven por la nave derecha hasta llegar al altar, donde la viuda recoge el Niño Jesús y se lo pone de nuevo en la mano a la Virgen y el sacerdote recoge las dos palomas como ofrenda, volviendo la Virgen a su capillita.

Durante la procesión el pueblo canta un himno que todos conocen:
“Hermosa doncella delicia de Dios, a dónde caminas con paso veloz”.

Una vez finalizada la Eucaristía, se sortean las roscas con la correspondiente degustación entre los asistentes.